Uno de los principales dogmas de la medicina, el que sostiene que el síndrome de Down no tiene tratamiento, empieza a derrumbarse. Investigadores españoles acaban de demostrar que un compuesto presente en el té verde, acompañado de un protocolo de estimulación cognitiva, es capaz de mejorar las capacidades intelectuales de personas con síndrome de Down. “Es la primera vez que un tratamiento demuestra eficacia en un ensayo fiable en términos científicos”, explica Mara Dierssen, neurocientífica del Centro de Regulación Genómica de Barcelona y colíder del estudio. No es, ni mucho menos, una cura, pero el ensayo clínico “abre nuevas vías a la terapia farmacológica en síndrome de Down”, según la investigadora.
El síndrome es un trastorno genético en el cual una persona tiene 47 cromosomas, en lugar de los 46 habituales. Esa copia extra altera la formación del cuerpo y el cerebro.
El equipo de Dierssen, con trabajos en ratones, identificó un gen, el DYRK1A, relacionado con la formación del cerebro y s
obreactivado por el cromosoma extra. El gen producía un exceso de proteínas asociadas a las alteraciones cognitivas. El compuesto del té verde, la epigalocatequina galato, devuelve las proteínas a los niveles normales.
En el ensayo han participado 84 personas con síndrome de Down, de entre 16 y 34 años. Aproximadamente la mitad tomó el tratamiento durante un año, mientras la otra mitad recibía un placebo, una sustancia sin acción terapéutica, para poder comparar. Dierssen reconoce que “los cambios observados no son muy importantes”, pero son suficientes para que casi todos los padres adivinaran al final del ensayo si su hijo había tomado un tratamiento real o un placebo.
El extracto de té verde mejoró de manera moderada la memoria a corto plazo y su capacidad para organizarse en la vida diaria, al mismo tiempo que inhibía la impulsividad de los pacientes. Las imágenes del cerebro muestran cambios en la corteza que se correlacionan con estas mejorías.
El genetista Roger Reeves, de la Universidad Johns Hopkins (EE UU), es más cauto y alerta de posibles efectos de la epigalocatequina galato en otras proteínas, más allá de la codificada por el gen DYRK1A. También subraya que las dosis del compuesto en los extractos de té verde disponibles en las tiendas son muy variables. “Es importante que los ciudadanos sean conscientes de las limitaciones de nuestro conocimiento sobre potenciales efectos y efectos secundarios de un tratamiento sin supervisión con epigalocatequina galato”, ha declarado Reeves, ajeno al nuevo trabajo, al portal especializado Science Media Centre.
David Nutt, director del Centro de Neuropsicofarmacología del Colegio Imperial de Londres, es más optimista: “Es emocionante ver que entender la neurobiología genética del síndrome de Down está posibilitando tratamientos específicos. Esperemos que la promesa de este estudio experimental se confirme en ensayos a gran escala y que otros sigan este enfoque”.
Denis Rusu,
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